Presentación

Después de varias décadas trabajando en el ámbito de la psicoterapia, en ocasiones aún nos preguntamos qué nos ha determinado e influido para elegir este modelo terapéutico -la Terapia Familiar Sistémica Breve (TFSB)- y no otro, dentro de la amalgama de modelos o escuelas disponibles en el campo de la Psicología. Las escuelas tienen posiciones diferentes respecto a los principios básicos y a los fundamentos más elementales en los que se basan.

Unas creen que hay que explorar lo intrapsíquico, que es el factor determinante de la conducta, otras piensan que las claves están en lo interpersonal; unas consideran que hay que conocer las causas de la conducta, otras sus efectos; muchas opinan que las vivencias infantiles condicionan y explican el comportamiento adulto, algunas presumen que las claves están en el presente, en el aquí y en el ahora; unas dan prevalencia a lo inconsciente, otras no; unas buscan un enfoque similar y paralelo al de la Medicina, con síntomas cuantificados a modo de una radiografía mental, otras se esfuerzan en definir procedimientos propios para el abordaje de los fenómenos mentales y relacionales. Sin embargo, nos mueve un objetivo común: trabajar para el bienestar psicológico de las personas, sean quienes sean, sin importar ni edad, ni sexo, ni el contexto, ni la capacidad o discapacidad, ni la salud o la enfermedad…

Esta es la ambigüedad en la que nos movemos. Con muy pocas certezas y muchas alternativas para elegir. Cierto es que se está avanzando en la evaluación de resultados en psicoterapia que, para algunos -no todos- puede constituir una pieza clave para moverse a través de todo este conglomerado de escuelas terapéuticas y modelos.

Volviendo a la pregunta inicial, ¿qué argumentos tenemos para adherirnos a la TFSB?

Desde la TFSB defendemos que la realidad no existe al margen del observador que la percibe. En palabras de von Foerster (1984), “no se puede conocer la realidad más que desde el punto de vista del observador”. La realidad se construye (von Glasersfeld, 1981; Watzlawick, 1976). Compartimos con el Constructivismo Radical que todo se puede ver de diferentes formas y colores, desde diferentes perspectivas, que las llamadas verdades absolutas son todo menos absolutas, y que el cambio no solo es posible, sino inevitable.

Hemos comprendido que la frase “el hombre es un ser social por naturaleza” (Aristóteles), tantas veces repetida y oída va mucho más allá. Las personas, las mujeres y los hombres, están en continua interacción con los demás. Incluso estando solos con el pensamiento, a menudo, se simula un diálogo interior con uno mismo o con otro interlocutor. La Teoría General de los Sistemas (TGS) de von Bertalanffy (1968) ofrece el soporte teórico para la comprensión y el análisis del comportamiento de las personas en interacción. Se consigue así abordar la totalidad de un sistema como tal, sin necesidad de analizar de forma aislada a cada uno sus elementos. El “Principio de Totalidad” -“El todo es más que la suma de sus partes” (von Bertalanffy, 1968)- ofrece un plus para comprender y predecir el comportamiento de las personas, ya que permite distinguir entre “características sumativas” -las que no cambian cuando la persona está dentro o fuera del sistema; por ejemplo, la edad) y “características constitutivas” -las que dependen de la naturaleza de las relaciones; por ejemplo, la simpatía o la agresividad: una persona puede mostrarse más simpática o menos, más agresiva o menos, en función de con quién esté relacionándose en un momento dado-.

El Constructivismo Radical y la TGS son el fundamento epistemológico -la forma de entender la vida y la naturaleza humana- de nuestra forma de trabajar. Pero hay muchas más razones de índole pragmático que explican nuestra elección.

Con el MRI de Palo Alto pensamos que “el problema es la solución” (Watzlawick, Weakland y Fisch, 1974; Fisch, Weakland y Segal, 1982) y con el BFTC de Milwaukee pensamos que las familias generan por sí mismas alternativas eficaces para afrontar sus quejas -”Excepciones”- (Molnar y de Shazer, 1987). Ambas escuelas tienen un tronco común -o nosotros queremos verlo así-: no se interesan tanto por las quejas, cuanto por lo que las personas hacen para solucionarlas. Unas veces lo que hacen resulta ineficaz, incluso se diría que pone las cosas peor; a esto es lo que el MRI llama “Soluciones Intentadas” (Watzlawick et al., 1974; Fish et al., 1982). Otras veces lo que hacen es eficaz, al menos en parte; esto es lo que el BFTC llama “Excepciones” (Molnar et al., 1987). Y nosotros entendemos que son dos caminos diferentes para alcanzar la meta, la resolución del problema: bien se puede hacer más lo que ya está contribuyendo a resolver el problema -“Hágalo más” (de Shazer, 1988)-, bien se puede hacer menos de lo que no ayuda a resolver, lo que mantiene el problema; o incluso lo contrario -“Giro de 180º” (Fisch et al., 1982)-. Trabajar con las soluciones limita al mínimo la exposición de las quejas y los problemas, con lo que 1) se ahorra tiempo y 2) “no se revuelve innecesariamente la mierda”. Este mínimo de información se ajusta y coincide con lo que las familias quieran contar.

Desde el minuto uno demostramos a las familias que creemos en su autonomía, su dignidad y su capacidad para decidir; que confiamos en cada una de las personas que las conforman. Pedimos que cada uno exprese sus objetivos para el tratamiento, los aceptamos y los validamos siempre que no sean ilegales o imposibles de conseguir. Dejamos que sean ellos los que decidan sobre los temas de que se habla en la consulta y su grado de implicación emocional. Les pedimos que decidan sobre la periodicidad y duración de las sesiones y nos acomodamos a sus decisiones, exponiendo con libertad nuestras opiniones desde una posición igualitaria. Nuestro criterio tiene la autoridad que ellas le quieran otorgar.

Aunque pensamos que la información sobre quejas y problemas no ofrece buenas ideas para encontrar el camino hacia sus objetivos, sintonizamos con lo que les preocupa y escuchamos cuando hablan de sus sufrimientos, pero no los clasificamos en ningún diagnóstico. El diagnóstico en salud mental es una forma de “construir” el mundo que no nos resulta útil porque descalifica y estigmatiza al que lo recibe y resta posibilidades terapéuticas a los profesionales que lo manejan. Para nosotros el diagnóstico ha muerto. Ya que no es confiable (Landa et al., 2008), ni válido (Regier et al., 2013), ni orienta el tratamiento (Moncrieff, 2009), ni predice el pronóstico (Kendell y Jablensky, 2003), solo le queda el valor estadístico. En su lugar describimos lo que quieren y lo que hacen para conseguirlo. También nos interesamos por sus recursos, por lo que saben y tienen; no por lo que ignoran o carecen. Queremos que cada persona salga de cada consulta sintiéndose mejor de lo que entró. Hablar de sus cualidades y validarlas es una buena forma de conseguirlo. Obviamente no siempre lo conseguimos porque no siempre nuestro trabajo nos sale bien.

Nos esforzamos en ser resolutivos. El calificativo de “Breve” es un compromiso para resolver cada problema en el menor tiempo posible. Pensamos que cada sesión puede ser la última, incluso si es la primera. La brevedad de los tratamientos no implica hacer un trabajo de menor calado, ni dejar las cosas a medias. Al contrario, a menudo para que un tratamiento pueda ser breve hay que trabajar con intensidad, ofreciendo un compromiso incondicional y pidiendo una implicación similar por parte de quienes quieren colaborar en los tratamientos. Elegimos tratamientos breves por razones de “No maleficencia” (Beauchamp y Childress, 1999) -cuanto antes se acabe el sufrimiento innecesario mejor- y de “Justicia” -los tratamientos cortos permiten distribuir mejor los recursos, siempre escasos- dedicándole a cada familia el tiempo que necesita. Elegimos tratamientos breves porque parece que la mayor parte de los cambios se consiguen en las tres o cuatro primeras sesiones (Lambert, Hansen y Finch, 2001).

En aras de la brevedad 1) Trabajamos con la menor cantidad de información posible. 2) Buscamos un pequeño cambio, fácil de hacer y que suponga un antes y un después en el problema. 3) Confiamos en que las familias van a saber continuar una vez que el cambio se ha iniciado: no es necesario que las acompañemos hasta el final; solo mientras ellas lo consideren necesario.

Así que tenemos una forma de trabajar apasionante porque cada familia es diferente, cada sesión es un reto a nuestra capacidad de análisis y de imaginación. Trabajar en psicoterapia es divertido. Cuando alguien se aburre en una sesión significa que no está haciendo psicoterapia. Y, además, parece que los resultados nos acompañan (Rodríguez-Arias, Otero, Venero, Ciordia y Rondó, 2004): proporciones de éxito, fracaso y abandono similares a la de otros enfoques terapéuticos… y, a menudo, en menos tiempo.

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BIBLIOGRAFÍA

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  • Watzlawick, P. (1976). Wie wirklich istdie Wierklichkeit? München: R. Piper GmbH & Co. KG. (¿Es real la Realidad? Barcelona: Herder. 1979).
  • Watzlawick, P., Weakland, J.H. y Fisch, R. (1974). Change, Principes of problem formulation and problem resolution. New York: W. W. Norton. (Cambio. Formación y solución de los problemas humanos. Barcelona: Herder, 1976).

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