Sobre los protocolos escolares para TDAH

Ripoll-Salceda, J.C. y Bonilla, L. (2018).  Atención escolar al trastorno por déficit de atención/hiperactividad en las comunidades españolas. Rev Neurol; 66: 102-112

Los autores hacen un estudio comparativo entre los protocolos publicados por las diferentes comunidades autónomas españolas para la atención escolar del TDAH. El trabajo es meritorio, sólido y completo. Los autores comparan los documentos en ocho áreas: el hecho de contar con un protocolo, que especifique el ámbito de aplicación, la forma de detección y diagnóstico, las medidas escolares, la consideración de las propuestas de la Guía Clínica para el TDAH, la fundamentación y los recursos que se destinan a implementar los protocolos. El texto pone de relieve la variabilidad de las políticas en las comunidades autónomas.

Como el TDAH es un diagnóstico especialmente sujeto a controversias los criterios que se utilizan para valorar los protocolos también lo están. ¿Son mejores los protocolos que sensibilizan a los profesionales de la enseñanza para detectar el TDAH? o, por el contrario ¿provocan un aumento preocupante de niños diagnosticados como tal, es decir, falsos positivos?, ¿las medidas escolares que se ponen en marcha una vez detectado el trastorno contribuyen a un mejor rendimiento académico de los alumnos diagnosticados con TDAH? o ¿suponen una discriminación, o un privilegio, en un contexto educativo guiado por la Inclusión? Habría mucho que debatir.

En este momento queremos resaltar la última afirmación de los autores:

“…hay dos criterios que no se han cumplido en ninguna comunidad: las orientaciones sobre el impacto que tienen las medidas escolares adoptadas en las calificaciones de los alumnos y la referencia a investigaciones acerca de los efectos de las intervenciones educativas.” (p. 111)

La mejor manera de mantener una creencia -equivocada o no- es no contrastarla con los hechos. Donde mejor se aplican los protocolos según los autores es en Extremadura y Navarra. ¿Cómo saber si en esas comunidades autónomas se hacen mejor las cosas, si no podemos saber si, efectivamente, tienen mejores resultados en alumnado diagnosticado de TDAH que cualquier otra comunidad? Tener un protocolo que facilite la detección y el diagnóstico, que promueva medidas escolares, siguiendo o no las propuestas de la Guía Clínica para el TDAH, ¿es una ventaja o un inconveniente? Los recursos que se destinan ¿pueden considerarse una buena inversión o son un despilfarro?

Según los autores los primeros protocolos publicados (Canarias y País Vasco) datan de 2006 y los más recientes de 2015 (Extremadura). ¿Cuántas décadas más hay que esperar para saber si cumplen su cometido, si sirven para algo, si hacen daño, o hacen bien?

Mientras llegan los resultados, los educadores pueden monitorizar cuántos niños diagnosticados con TDAH mejoran su rendimiento escolar y los padres pueden valorar si su hijo progresa y pensar si están satisfechos con el resultado del tratamiento escolar y clínico que esté recibiendo.

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