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Cambio en el contexto

“El sistema se conduce como un todo, y los cambios en cada elemento dependen de todos los demás” (von Bertalanffy, 1976, pp. 68)

Introducción

En la mayor parte de las ocasiones el terapeuta no trabaja para modificar las condiciones externas o circunstancias en las que ocurre la queja, sino que se centra en cambiar la evaluación que de esa situación hace el cliente y/o su comportamiento en ella, tal y como se ha descrito anteriormente, con el fin de mejorar el ajuste o la adaptación a su contexto. Conseguir un puesto de trabajo mejor, aumentar los ingresos familiares, cambiar el lugar de residencia o mejorar las condiciones de la vivienda son objetivos que pocas veces se ponen en el punto de mira del trabajo psicoterapéutico. Sin embargo, y en la medida en que estas circunstancias dependan del cliente, se puede incidir en él para modificarlas.
Como dice la cita? de von Bertalanffy, cuando cambia un elemento de un sistema, cambian cada uno de los elementos y el sistema como totalidad. Así, distinguir entre cambio conductual, cognitivo y de contexto no deja de ser un artificio con fines didácticos; tres formas diferentes de afrontar el cambio del sistema objeto de tratamiento psicológico.

En Terapia Familiar, a menudo, se considera que el objeto de tratamiento es la familia. Y para conseguir tal propósito se puede intervenir sobre uno solo de los miembros de la familia o sobre más de uno, sucesiva o simultáneamente, por separado o en conjunto. Las posibilidades son muchas. Unas más fáciles y cortas; otras más difíciles y tortuosas. El terapeuta se acomoda a las preferencias de los clientes. Si ellos prefieren una intervención individual, el terapeuta lo acepta; aunque tiene presente que cualquier cambio individual va a afectar a cada uno de los otros componentes de la familia, a su interacción, hábitos y hasta al estilo familiar como totalidad. Si, por el contrario, la familia se inclina por una intervención conjunta, el terapeuta también lo acepta. Solo cuando la elección de la familia resulta un inconveniente importante para la resolución del conflicto, es decir, cuando disminuyen drásticamente las probabilidades de resolver con éxito, el terapeuta expresa sus preferencias, de forma razonada y no impositiva, por un formato individual o conjunto, según sea el caso. El terapeuta tiene la formación suficiente y los recursos terapéuticos necesarios para ayudar a conseguir el objetivo en cualquiera de las circunstancias en las que tenga que trabajar. Además, conoce y aplica el principio de equifinalidad: posibilidad de alcanzar “el mismo estado final partiendo de diferentes condiciones iniciales y por diferentes caminos” (von Bertalanffy, 1976, pp. 40).

Los sistemas tienen algún tipo de organización jerárquica (von Bertallanffy, 1976). Cada sistema es el resultado de interacciones entre los subsistemas de que se compone y, a su vez, funciona en interacción con otros sistemas para conformar un suprasistema. Desde esta perspectiva, a qué se le llame contexto depende de cuál sea el objeto de estudio que se define como sistema. Si se toma por sistema la familia nuclear, su contexto está conformado por otros familiares y parientes, amistades de cada uno de sus miembros, vecindario, grupos sociales e instituciones -centros educativos, laborales, sanitarios, deportivos, de ocio…- en las que participa. Cuando se considera a la persona como sistema, el contexto lo conforma el resto de familiares, amistades y grupos en los que participa. Y en la persona se pueden definir algunos subsistemas -valores, estilos, cognitivo, afectivo, sensorial y motor (Royce y Powell, 1981).
Al hacer referencia al cambio de conducta y al cambio cognitivo se ha tomado a la persona como unidad de intervención, como sistema. Es una persona la que cambia su forma de hacer y su forma de pensar. Aquí se mantiene este criterio y, por tanto, se considera como contexto a cualquier grupo con el que una persona se relaciona, empezando por la propia familia, pero también el ámbito laboral, el escolar y cualquier otro grupo social en el que la persona se involucra.

Demandas para terceros

Verónica trae a la consulta de psicología a su hijo Samuel, de 9 años, porque no consigue dormir solo y a medianoche se levanta sonámbulo y gritando. Está preocupada por el sufrimiento que expresan los gritos de Samuel y porque piensa que a su edad va siendo el momento de que aprenda a dormir solo, sin que nadie tenga que estar a su lado hasta que concilie el sueño. Samuel viene a consulta porque le ha traído su madre, no se plantea ningún cambio, pero acepta de buen grado lo que propone su madre.

Para que Verónica consiga sus objetivos tiene que cambiar el comportamiento de Samuel, que sí acepta los cambios que ella plantea.

Lidia viene a consulta con su hija Lorena, de 15 años. Hace 3º de ESO, ha suspendido nueve asignaturas, a pesar de que le están pagando unas clases particulares; pero Lorena solo estudia cuando tiene exámenes… y poco. Lidia quiere que estudie más, que apruebe, que responda bien cuando le preguntan y que tenga más confianza en sí misma. Lorena apenas acepta esforzarse para aprobar la mitad de las asignaturas que ha suspendido.

Aquí también es la madre la que pide un cambio de comportamiento, pero la adhesión de la hija a esos objetivos es prácticamente nula.
¿Qué opciones tienen ambas madres para conseguir lo que quieren de sus hijos? Verónica cuenta con la colaboración de Samuel; Lidia, en cambio, no parece que pueda contar demasiado con Lorena.

Luisa tiene 36 años, vive con Manuel, su marido, y tienen un hijo de 4 años. Manuel trabajaba en una empresa de electricidad, que quebró, y se fue al paro. Ambos son propietarios de una ferretería en la que Luisa trabaja ocupándose de la contabilidad y de las compras. Desde que se quedó en el paro, Manuel hace funciones de encargado del negocio, que actualmente no va bien, tiene pérdidas. Luisa acude a la consulta y plantea que se siente deprimida y sin fuerzas, que su matrimonio está a punto de romperse por la tensión que les genera a ambos los problemas económicos y porque no están de acuerdo en la forma de solucionarlos. Se llevan a casa los problemas del negocio y Luisa se queja de que Manuel la desautoriza y le falta al respeto delante de los clientes, utiliza con ella un tono displicente y la responsabiliza de los problemas económicos de la ferretería. Luisa quiere que Manuel confíe en ella, que no le eche la culpa de los problemas y que no le falte al respeto. Luisa se esfuerza en convencer a Manuel de que ella hace las cosas lo mejor que puede, incluso acepta parte de la responsabilidad sobre la mala marcha del negocio; pero cuando discuten también se cierra en banda, acusa a Manuel de no tenerla en cuenta y maltratarla. Las discusiones suelen terminar cuando Manuel la amenaza con separarse. Luisa tiene miedo de quedarse sola y, especialmente, del daño que la separación puede hacer a su hijo pequeño.

Como en los casos anteriores Luisa quiere que sea su marido el que cambie. La única diferencia es que en las relaciones de pareja ambos desempeñan roles igualitarios. ¿Debe una esposa moldear el comportamiento -carácter- de su esposo y viceversa? o ¿cada uno debe aceptar al otro tal cual es, con sus virtudes y sus defectos?
El caso de Samuel apenas plantea dificultades para ser aceptado a tratamiento por cualquier terapeuta; el de Lorena, es probable, que unos cuantos terapeutas se propongan convencerla de que los objetivos que plantea su madre son buenos para ella, como paso previo para iniciar el trabajo para el cambio; y a Luisa muchos terapeutas le dirían que antes de iniciar una psicoterapia es necesario convencer a su marido para colaborar en el tratamiento porque si no, no se puede hacer nada para ayudarla.

Desde la perspectiva de la TFSB los tres casos son similares: uno es el que propone el cambio y otro es el que tiene que cambiar. Es cierto que a priori se puede valorar que el caso de Samuel es más fácil que los otros dos porque Samuel acepta y está dispuesto a colaborar para conseguir lo que propone su madre. Sin embargo, los procedimientos terapéuticos son semejantes en los tres casos: inicialmente hay que pedir que cambie quien quiere cambiar, para que su cambio consiga que cambie quien no está dispuesto a hacerlo. ¿Es posible? Sí, no solo es posible; es inevitable. Cuando cambia un elemento cualquiera del sistema, afecta a cualquier otro de sus elementos y al sistema como totalidad, tal y como enuncia la cita que abre este texto (von Bertalanffy, 1976).

¿Cómo reaccionaría Samuel cuando se levanta y grita por la noche, si Verónica, en vez de tratar de investigar cuál es el motivo por el que sufre y grita, lo “amansara” sin palabras, lo cogiera suavemente de la mano, lo acompañara a su cama, le diera un beso y ya?, ¿seguiría gritando o volvería a dormir?, ¿y si Samuel se calma, Verónica podría seguir preocupada por el sufrimiento de su hijo?
¿Cómo reaccionaría Lorena si Lidia deja de gastar dinero en clases particulares y reparte el ahorro entre su hija y ella?, ¿seguirá Lorena dando malas contestaciones o este inesperado dinero extra generará una disposición favorable hacia su madre?, ¿recibirá el dinero como un premio a su poco esfuerzo, o se esforzará para conseguir también una disposición favorable en su madre?, ¿comprenderá que debe estudiar aún menos para superar la difícil marca de nueve suspensos, o el dinero extra funcionará como un motivador para mejorar sus notas?¿Cómo reaccionara Manuel si Luisa toma la iniciativa de hacerse responsable de la mala marcha del negocio, de los problemas económicos subsiguientes y se muestra comprensiva y ligeramente más cariñosa con Manuel, como compensación por la frustración que supone para él la pérdida del empleo?, ¿seguirá culpando a su mujer o colaborará con ella para encontrar soluciones?, ¿podrá mantener sus malos modales o las muestras de cariño sacarán a la luz su lado más amable?
La propuesta a Verónica parece razonable y sensata; la de Lidia puede ser calificada como injusta e ilógica; y la de Luisa, como poco, es inusual. Sin embargo, las tres tienen la misma estructura -cambia uno para que cambie el otro- y el mismo fundamento teórico -sustituir soluciones hasta ahora ineficaces por otras cuyo resultado es, por el momento, desconocido-. El “ojo por ojo” bíblico tiene una fuerte atracción… también cuando se trata de devolver “bien por bien”.

Casos como los descritos son frecuentes en psicoterapia. Desde una perspectiva sistémica no hay ningún problema para abordarlos, con independencia de cuánto esté dispuesto a colaborar la persona que, supuestamente, tiene que cambiar. En terapia familiar se le asigna el nombre de “Paciente Identificado” (PI) (Selvini Palazzoli, Boscolo, Cecchin y Prata, 1986), para señalar al que su contexto comportamental asigna el rol de “enfermo” y para subrayar que tal asignación de rol no es más que un acuerdo, a menudo tácito, entre las personas que componen el sistema comportamental, frecuentemente la familia. La persona, el PI, acepta, se rebela o se muestra indiferente ante tal asignación de rol; aún así su comportamiento se ajusta a lo esperado de su desempeño de rol.
Se puede decir que este tipo de trabajo psicoterapéutico es una de las rutinas más frecuentes desde el enfoque sistémico. Por ejemplo, el MRI de Palo Alto define cinco tipos de intentos infructuosos de solución ineficaz, de los cuales tres son de naturaleza interpersonal. A saber, “el intento de llegar a un acuerdo mediante oposición” (Fisch, Weakland, y Segal, 1982. pp. 160-173), “El intento de conseguir sumisión a través de la libre aceptación” (Fisch et al., 1982. pp. 173-176) y “La confirmación de las sospechas del acusador mediante la autodefensa” (Fisch et al., 1982. pp. 176-179). En una estimación realizada a partir de los datos de la consulta de uno de los autores de este blog, en la que cada caso se clasifica según el tipo de soluciones ineficaces que los clientes emplean para abordar sus quejas, el 84% de los casos atendidos se codifican con, al menos, uno de los tres procesos nombrados.

Cómo utilizarse a sí mismo para cambiar el contexto

Alicia tiene 29 años, está casada con Marcelo y tienen una hija de 3 años. Trabaja como teleoperadora. Su médico de familia le ha dado la baja laboral y le ha pautado un ansiolítico porque no soporta el ritmo y los horarios de su trabajo. Ella prefiere cambiar de trabajo, pero se siente insegura respecto de sus posibilidades de encontrar otro, por estar enferma y por no verse capaz de presentarse a entrevistas de trabajo. Y necesita trabajar porque Marcelo lleva 11 meses en el paro y no parece que tenga buenas perspectivas de encontrar trabajo a corto plazo.

Este es un claro ejemplo de cómo el remedio es peor que la enfermedad. Es posible que la medicación la tranquilice, pero es poco probable que ayude a Alicia a pensar que sus horarios de trabajo son buenos, que el ritmo que le imponen es asequible y que el trabajo como teleoperadora es atractivo e interesante. Además, la baja laboral contribuye a perpetuar el problema: si no va a trabajar, no enfrenta el malestar derivado de su trabajo y puede mantenerse trabajando sin trabajar por tiempo indefinido, en lugar de cambiar su manera de afrontarlo o conseguir otro empleo más acorde a sus intereses.

Ana tiene 14 años, está cursando 2º de E.S.O. Acude a la consulta acompañada de su madre, Belén, y cuenta que no asiste al colegio porque ha sufrido un episodio de ‘ciberbullying’. Ana colgó en las redes sociales la foto de una de sus amigas cuando era pequeña; su amiga se enfadó por hacerlo sin su permiso y respondió poniendo amenazas graves, también en las redes sociales, de las que se han hecho eco otras compañeras del colegio. En estas circunstancias, Ana no se atreve a volver a clase. Belén comprende a su hija, pero quiere que vuelva al colegio y razona con ella en este sentido, sin llegar a forzarla porque piensa que es peor. El colegio recurrió al “Equipo de Convivencia”, quienes sugirieron que se le facilitara la asistencia a clase on-line; pero Ana no se conectaba y no seguía las clases. A continuación activaron el protocolo de absentismo escolar y pusieron el caso en conocimiento de los Servicios Sociales, que recomendaron hacer una consulta en Salud Mental para valorar si el comportamiento de Ana es un síntoma de estrés postraumático. Belén explica que si fuera así, el colegio ofrece la posibilidad de ponerle a Ana un profesor a domicilio.

De nuevo las soluciones son el problema (Watzlawick, Weakland y Fisch, 1974). Ofrecer recursos excepcionales y permitir que Ana siga con cierta normalidad los contenidos escolares es una forma de validar su reacción evitativa, una forma de esquivar las consecuencias de su conducta, una forma de abordar un problema de socialización con aislamiento… una forma de mantener el problema.
En estos dos casos el terapeuta dispone de la colaboración de quienes acuden a su consulta para cambiar los ambientes en los que se manifiestan los problemas. Puede trabajar con Alicia para que con su comportamiento cambie el contexto laboral y puede trabajar con Ana, con Belén, o con ambas para modificar el contexto escolar. El terapeuta trabaja con ellas para que se utilicen a sí mismas para cambiar el contexto comportamental en el que ocurren los problemas. En el caso de Ana también es posible ponerse en contacto con el colegio y hacer una intervención más directa. Se puede ofrecer al profesorado una colaboración que facilite sus funciones educativas y solicitarles, en reciprocidad, una actitud favorable a los intereses clínicos de Ana y Belén.
Con Alicia se dispone de dos líneas de intervención: trabajar para que encuentre un nuevo empleo o para que se incorpore al que ya tiene. En el caso de Ana, se puede trabajar con ella para que sea capaz de afrontar a sus compañeras o con Belén para que estimule y facilite que Ana vaya al centro escolar; pero también con ambas a la vez, lo que abre la posibilidad de intervenciones complementarias que pueden multiplicar la eficacia, a la vez que se reduce el esfuerzo de cada una de ellas.
En lugar de centrarse en el malestar y en las limitaciones de Alicia, el terapeuta le da a elegir entre las dos opciones enunciadas arriba: buscar otro trabajo o incorporarse a su actual empleo. En el primer caso, para ayudarla a dar un primer paso hacia la búsqueda del nuevo empleo el terapeuta le pide, por ejemplo, que elija tres trabajos que considere que son inaccesibles para ella y que no envíe ningún currículum, por el momento. Esta tarea es muy poco amenazante porque Alicia no tiene que arriesgarse a ningún rechazo o fracaso, ya que no tiene que ponerse en situación de ser valorada para un nuevo empleo… por el momento. En el segundo, el terapeuta dirige la atención de Alicia, por ejemplo, hacia aspectos desagradables de su trabajo, de los que esté completamente segura que ella no puede hacer nada para cambiarlos. Una vez que haya elaborado esta lista, se revisa si la mayor parte de la gente comparte la imposibilidad que ella percibe o si alguno de ellos no es tan inamovible como a ella le parece. Y luego… ¡Cualquier cosa que no esté en la lista significa que ella piensa que se puede cambiar! Pero sin prisa, -se sigue prescribiendo- elige el primer aspecto que quieres cambiar cuando te incorpores al trabajo. Esta prescripción presupone que más pronto que tarde va a incorporarse a su puesto de trabajo para probar los cambios que está planificando. ¿Podrían ser estos planteamientos un primer paso hacia la solución?

Y para Ana, en vez de hacer un informe que diga que su comportamiento es patológico y, por tanto, una enferma, se le podría preguntar si está dispuesta a colaborar para conseguir volver a clase y afrontar los problemas surgidos con sus compañeras, amenazas incluídas. El caso resulta más fácil si Ana participa en este objetivo. Se exploran con ella las circunstancias en las que está dispuesta a dar la cara delante de sus compañeras, las garantías que necesita para dominar sus peores temores, planificar varias formas de poner en escena la vuelta a clase… y, mientras tanto, se le pide que se quede en casa, despreocupada por el curso y reflexionando sobre estos puntos. “Como eres chica lista con un poco más de esfuerzo podrás recuperar el tiempo perdido”. Si Ana se cierra y persiste en su negativa de ir al colegio, la intervención se dirige hacia el contexto: madre y colegio. A Belén, por ejemplo, se le puede proponer que aproveche la disponibilidad de tiempo de Ana para tomarse algún respiro con sus obligaciones domésticas. ¿Cómo reaccionará Ana si Belén le pide que ayude a su hermano pequeño con las tareas escolares, mientras ella sale a tomar un café con sus amigas, se va de compras o de paseo con su marido? El colegio, en lugar de dar facilidades para que Ana no asista a clase, puede ayudarla ofreciéndole, por ejemplo, un entorno seguro cuando ella vuelva a clase por primera vez. Para ello basta con aceptar las propuestas razonables que Ana plantee para su vuelta a clase.

Si Alicia decide volver a trabajar tiene la oportunidad de desempeñar su trabajo con un talante favorable a sus intereses, el que ella elija, que no necesariamente tienen que coincidir, ni con los de su empresa, ni con los de sus jefes, ni con los de sus compañeros. ¿Qué sucederá si cuando Alicia se siente presionada, con razón o no, por alguno de sus jefes le dice: “Si alguna vez me necesitas cuenta conmigo” y sigue con su tarea a su ritmo, “sin despeinarse”? ¿El jefe cargará a Alicia aún con más trabajo o procurará reservarla para tareas que requieran a alguien de confianza?
Cuando Ana vuelva a clase puede buscar la oportunidad de hablar en privado con su amiga, pedirle disculpas por el incidente de la foto, ofrecerse para compensarle el daño y pedirle ayuda para recuperar el prestigio con sus compañeras. Si Ana le dice a su amiga… “Puse la foto para hacerte daño porque creía que te tenía envidia… pero, si me perdonas, quiero ser tu amiga. ¿Puedo hacer algo para remediar el daño que te hice?”. Si su amiga rechaza sus disculpas confirma que Ana no gana nada siendo su amiga. Y si las acepta… asunto concluido.
Alicia cambia para que cambie la relación con su jefe, su comportamiento y el ambiente de trabajo. Ana cambia para que cambie la relación con su amiga, su comportamiento, el de sus compañeros y el ambiente escolar. Este tipo de intervenciones no siempre funcionan; apenas tres de cada cuatro veces (Rodríguez-Arias, Otero, Venero, Ciordia y Vázquez, 2004).

Cambios extraterapéuticos

A veces la suerte juega a favor del cliente y se producen cambios en el contexto que facilitan la resolución del problema. El terapeuta se limita a aprovechar estas circunstancias favorables para asegurarse de que el cambio va en la dirección deseada por el cliente y va a ser estable a lo largo del tiempo.

Juan tenía múltiples problemas en su colegio, tanto en su rendimiento escolar como en las relaciones con los compañeros. Su madre aprobó una oposición y consiguió plaza en otra ciudad, lo que supuso un cambio de residencia y, por tanto, de colegio. En el nuevo colegio Juan mejoró claramente su rendimiento y su integración con los compañeros.

En ocasiones los cambios en el contexto se producen por razones extraterapéuticas: el nuevo puesto de trabajo de la madre supone otro colegio, otros profesores, otros compañeros… y cambia el comportamiento de Juan: ahora estudia y atiende más. También cambia la forma de valorar y de tratar a sus compañeros: ahora piensa que son sus amigos, confía en ellos, juega con ellos.

Sonia tiene 38 años, está viuda y vive con sus dos hijas. Acude a consulta porque ha tenido algunas crisis: estando en el trabajo se puso muy nerviosa y llegó a creer que iba a perder el conocimiento, por lo que tuvo que acudir al Servicio de Urgencias, desde donde fue remitida a los Servicios de Salud Mental. Según cuenta ella, su jefe le hace la vida imposible hasta tal punto que, últimamente, ir a trabajar le supone un malestar, que se prolonga fuera de su horario laboral. Está pensando en dejar el trabajo, pero no encuentra otro y lo necesita para mantener a sus hijas. En la tercera sesión informa que su jefe ha sido ascendido y ahora está trabajando en otra ciudad. Con el nuevo jefe no tiene problemas y ya no se plantea cambiar de trabajo.

El terapeuta aprovecha este cambio en las circunstancias laborales para apoyar la buena disposición de Sonia y que así consiga una adaptación laboral satisfactoria y estable, de forma que sea improbable que se repita el problema, incluso si las condiciones laborales se volvieran adversas.
De la misma manera, la fobia a los aviones puede dejar de ser un problema cuando la persona ya no tiene que volar; o un miedo a montar en ascensor puede dejar de ser relevante cuando cambia la residencia a una vivienda rural o a un chalet donde no hay ascensores. Se puede objetar que el miedo sigue “existiendo”, que el problema sigue estando igual, aunque no se manifieste. Esta objeción se puede aceptar, pero hay que renunciar a los principios sistémicos de “Totalidad” (von Bertalanffy, 1976, pp. 37), “Causalidad circular y retroalimentación” (von Bertalanffy, 1976 pp. 169) y al “Principio de incertidumbre” que formuló Heisemberg en 1927 -todavía no hace un siglo- para pensar que el observador no influye en lo observado y que las personas están en los grupos como las patatas en un montón. A menudo las categorías psicopatológicas asumen este punto de vista y valoran el comportamiento de las personas como si no influyera en, ni fuera influido por el contexto en el que se produce.
El terapeuta, que es contexto para el cliente, influye en él a través de la comunicación, aprovechando la relación terapéutica que se establece entre ambos. Cuando se interviene sobre el comportamiento o la forma de pensar del cliente se puede hacer de una manera más inmediata; las intervenciones sobre el contexto se hacen a través del cliente. Se acuerda con Alicia cómo puede hacer para modificar su ambiente de trabajo y con Ana para que cambie las reacciones desfavorables de sus compañeras de clase. Un psicoterapeuta hábil trabaja de forma que el contexto “juegue” a favor de la consecución de los objetivos definidos por los clientes. Estas circunstancias, a menudo, son calificadas bajo el rótulo genérico de “suerte”. Se puede pensar que la resolución de los problemas es cuestión de duro trabajo o de buena fortuna. Lo importante es llegar a la meta, y no cuánto esfuerzo haya que realizar para conseguirla. Desde la perspectiva de la terapia breve suele decirse que cuanto menos esfuerzo, mejor. Hay quien habla del terapeuta “vago” (Anderson y Goolishian, 1996). En cualquier caso, un terapeuta hábil sabe maniobrar para tener la fortuna de cara y aprovecharse de ella.

CONCLUSIÓN

En este artículo se exponen las diferentes maneras de desarrollar los cambios y algunas de las herramientas con las que cuenta el psicoterapeuta para organizar su trabajo. Se pretende dar una idea de conjunto, pero las clasificaciones cosifican los procesos, de forma que se puede afirmar que las sesiones de psicoterapia no ocurren “realmente” como se describe aquí. Las personas son diferentes en cada momento y el movimiento no se puede detener sin destruir su esencia. Se describen momentos -fotografías- que, desde la subjetividad de los autores, son claves en un proceso en conjunto indescriptible.
Se pone un cuidado especial en no hacer atribuciones causales. Las técnicas terapéuticas descritas facilitan, activan, promueven, en definitiva, contribuyen a hacer más probables los cambios, pero no los provocan, sino que, en interacción con todo el resto de infinitas informaciones que pueden incidir sobre un sistema a lo largo del tiempo, impulsan a los clientes en la dirección por ellos decidan. Pensar que las técnicas e informaciones que vierte el terapeuta tienen un papel predominante en comparación con cualquier otro evento de la vida de los clientes es, probablemente, presuntuoso, inexacto e insostenible en base a los resultados de investigación de que se dispone en la actualidad (Lambert, 1992). Es más prudente afirmar que una determinada maniobra pretende activar ciertos cambios y, si se dispone del apoyo empírico adecuado, informar de la probabilidad con la que se puede esperar que las pretensiones se vean coronadas por el éxito.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • Anderson H. y Goolishian, H. (1996). El experto es el cliente: la ignorancia como enfoque terapéutico. En S. McNamee y K. Gergen, K.J., La terapia como construcción social. Barcelona: Paidós.
  • Fisch, R., Weakland, JH. y Segal, L. (1982). The tactics of change. San Francisco-Washington-London: JosseyBass Publishers. (La táctica del cambio. Cómo abreviar la terapia. Barcelona: Herder. 1984.
  • Lambert, M. J. (1992). Psychotherapy outcome research: Implications for integrative and eclectical therapists, en J. C. Norcross y S. L. Garfield (eds.) Handbook of psychotherapy integration, Nueva York: Wiley. pp. 94-129
  • Rodríguez-Arias, J. L., Otero, M., Venero, M., Ciordia, N. y Vázquez, P. (2004). Evaluación de resultados en Terapia Familiar Breve. Papeles del Psicólogo. 87.
  • Royce, J. R. y Powell, A. (1981). Teoría multifactorial sistemática -exposición sucinta-. Estudios de psicoterapia, 4, pp. 76-127.
  • Selvini Palazzoli, M., Boscolo, L., Cecchin, G. y Prata, G. (1986). Paradosso e contraparadosso. Un nuovo modello nella terapia della famiglia a transazione schizofrenica. Milan: Giacomo Feltrinelli Editore. (Paradoja y contraparadoja. Un nuevo modelo en la terapia de la familia de transacción esquizofrénica. Barcelona: Paidós, 1988)
  • von Bertalanffy, L. (1976). General System Theory. Foundations, Development, Applications. New York: George Braziller. (Teoría general de los sistemas. Madrid: F.C.E., 1976).
  • Watzlawick, P., Weakland, J. H. y Fisch, R. (1974). Change. Principes of problems formation and problems resolution. New York: W. W. Norton. (Cambio. Formación y solución de los problemas humanos. Barcelona: Herder, 1982).

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