Un día de marzo nos despertamos y descubrimos que todo había cambiado a nuestro alrededor. Nos habíamos convertido en un Gregor Samsa colectivo. Como le ocurrió al personaje de Kafka, la realidad de ayer no casaba con la de hoy. La línea de puntos de lo cotidiano, ese transcurso más o menos lógico de la existencia, se había roto. Ya sabemos cómo se presentan las tragedias. Los desastres, las guerras. No siempre llaman a la puerta. Abrimos los ojos y estamos transformados. (Antonio Soler, 4 de mayo de 2020)
Así es como empieza esta historia
SALUD MENTAL EN TIEMPOS DE COVID
Nos encontramos en una situación tan global y compleja, tiene tantos matices, germina y se desarrolla en situaciones tan diferentes y sus manifestaciones son tan diversas que va a ser muy difícil recoger en unas pocas páginas los puntos de vista relevantes para comprender cómo vivimos las personas “Los Tiempos del Covid”.
Estas líneas se dirigen a quienes vivimos la pandemia desde nuestras casas; no desde los hospitales. No se dirige al personal sanitario, luchadores impenitentes de este momento, hacia los que manifestamos nuestra profunda admiración, ni a quienes han sufrido la enfermedad y visto la muerte de cerca, hacia los que solo podemos expresar nuestro pesar y pena por lo que les ha tocado vivir. Se dirige a quienes tenemos que afrontar y reponernos de una insólita e inesperada situación, que afecta profundamente a nuestros hábitos, costumbres y rutinas, aunque no estemos dando la cara en primera línea. Somos muchos y la gran mayoría tenemos experiencias e historias que narrar. Por ejemplo, quienes con su trabajo nos mantienen alimentados y con nuestras necesidades cubiertas; los que nos facilitan las nuevas, y las antiguas, formas de comunicarnos; los que nos hacen llegar los paquetes a casa; los docentes que se mantienen al pie del cañón, dando unas clases on-line haciendo posible lo imposible; los estudiantes, recluidos en su casa junto a su ordenador; los padres y madres, cuidadores y ahora también profesores de sus hijos, además de teletrabajar desde casa; los sociosanitarios, muchas veces los grandes olvidados, gestionando residencias, viviendas protegidas, centros de día o centros especializados. Todos y cada uno están en nuestra memoria, pensamiento y conversaciones.
Si hablar de efectos psicológicos es siempre difícil por la intangibilidad de los principios y constructos imperantes y por la escasa evidencia empírica disponible, en esta ocasión, en la que se ve comprometida la población entera, sus grupos y subgrupos, culturas y subculturas, cada una de sus individualidades, con sus situaciones particulares y sus reacciones específicas, la dificultad aumenta exponencialmente.
No queremos hablar de la resiliencia, ni dar indicaciones, ni siquiera hacer sugerencias sobre cómo soportar esta situación. A estas alturas todo el mundo ha tenido oportunidad de escucharlas en prensa, televisión, redes sociales… algunas supuestamente avaladas por el prestigio y la experiencia personales de quienes, a falta de base empírica, osan convertir una opinión particular en Ciencia y se atreven a, revestidos de psicología, decir cómo hay que vivir esta situación inédita. Este texto sólo pretende, y no es poco, crear un espacio de reflexión que, tal vez, ayude a que alguien encuentre algunas formas de vivir -sobrellevar- mejor, nada más y nada menos, una pandemia mundial.
TIEMPOS DEL COVID: LOS PROFESIONALES DE SALUD MENTAL
En el ocaso de los días de clausura, se llenaba la atmósfera de un trino de palmas, de himnos de resistencia. Diríase que buscábamos conjurar un mal tan invisible como implacable o tal vez profetizar un futuro de fortaleza.
Saldremos más fuertes, esa expresión que quiso ser el lema de una profecía que debía autocumplirse, pero tal vez confundimos profecía con magia. Las profecías de la antigüedad eran cosas de tipos barbudos y pies descalzos que clamaban desgracias a la gente.
Las profecías de la modernidad vienen envueltas en el celofán de la psicología más refinada y autoexigente. Nos avisan de que, al sufrimiento, tantas veces, lo atraemos nosotros mismos.
Nos advierten de que espantamos a la felicidad con nuestros actos.
Quizás la lección que la vida nos ofrece con más insistencia sea eso que los psicólogos llaman profecía autocumplida: cómo nos enredamos en bucles estériles y nos perdemos en bosques por mirar demasiado a los árboles.
Cómo por fijarnos más en las espinas que en el aroma de las rosas nos herimos las manos sin el consuelo de la belleza de sus colores.
Cuídate de los idus de Marzo, profetizaron a Cesar.
Cuídate tú de tus propios idus, de las palabras duras que te dices a ti mismo. Son heraldos que te traerán eso que afirmas: tu desgracia.
Cuídate de que tú mente no sea un espejo deformante en que te miras y te juzgas sin la piedad que tienes para los demás.
No hay pájaros de mal augurio. Incluso en los negros cuervos y en la inquieta paloma hay más belleza que temor.
Hay más misterio que inquietud.
Juan José Yániz Igal, Septiembre de 2020
Si se hace una búsqueda en Google con la entrada “Salud Mental y COVID-19 se encuentran infinidad de artículos y comentarios, no necesariamente bienintencionados, que avisan sobre las graves consecuencias psicológicas que produce una pandemia mundial, basándose en la suposición de que el cambio de vida, el confinamiento y la distancia social provoca daño en la psicología de las personas.
He aquí un ejemplo:
Consejos psicológicos para afrontar la crisis del COVID-19
La situación de emergencia provocada por el coronavirus hace que nos sintamos tristes, estresados, confundidos, asustados o enfadados. Sentir miedo debido a la expansión del brote COVID-19 es algo lógico, ya que nos enfrentamos ante una situación desconocida y amenazadora. Por eso, no podemos dejar que ese miedo se instale en nuestro estado de ánimo, y acabe convirtiéndose en algo que interfiera en la capacidad que tenemos de gestionar situaciones con eficacia. Para que esa difícil gestión psicológica de la alerta por coronavirus esté bajo control, hemos decidido elaborar una serie de recomendaciones:
- Aceptar la situación
- La buena información
- La sobreinformación no ayuda
- Se tu propio cuidador
- Reconocer los sentimientos y aceptarlos
- El mejor antídoto: el humor
¿Cuántos de estos consejos son aplicables de manera general? ¿Todos?, ¿alguno?, ¿ninguno?
Consejos y pautas se encuentran por doquier en las redes sociales, en la prensa escrita en papel u on-line, en la televisión… Habría que saber a quiénes y a cuántos sirven unos consejos tan generales. ¿Es lo mismo para los de 14, 24, 42, 58 o 71 años?, ¿la situación familiar influye?, ¿cuántos familiares conviven?, ¿se llevan bien, o no tan bien?, ¿hombres o mujeres a los que les gusta la soledad, o no?, ¿en paro o teletrabajando?, ¿con una situación económica desahogada o con el agua al cuello? Podríamos llamar la atención sobre otras muchas circunstancias más.
En definitiva, nos encontramos ante una situación heterogénea donde la aportación de los profesionales de salud mental, con la ayuda de los medios de comunicación, debería dirigirnos, desde nuestras circunstancias personales y particulares, a adaptarnos de la manera más saludable y gratificante posible a una vida desconocida hasta ahora. Como hemos señalado, el objetivo último es que esta reflexión nos acerque a cuestionarnos y respondernos cómo tendremos que entender las nuevas maneras de trabajar, convivir, disfrutar y hasta sufrir. Es decir, vivir.
En sí mismos estos textos psicológicos son inofensivos. Proponen una serie de actitudes y buenas prácticas, consejos basados en los conocimientos psicológicos, razonables y supuestamente beneficiosos para las personas. Tan beneficiosos como inútiles, pensamos, en la mayoría de los casos. El problema radica en la premisa de la que parte.
Otro ejemplo.
“La situación de emergencia provocada por el coronavirus hace que nos sintamos tristes, estresados, confundidos, asustados o enfadados. Sentir miedo debido a la expansión del brote COVID-19 es algo lógico, ya que nos enfrentamos ante una situación desconocida y amenazadora. Por eso, no podemos dejar que ese miedo se instale en nuestro estado de ánimo, y acabe convirtiéndose en algo que interfiera en la capacidad que tenemos de gestionar situaciones con eficacia”.
¿Por qué da por hecho que nos sentimos tristes, estresados, confundidos, asustados o enfadados?, ¿todo esto pasa a la vez o va por días? Unos días enfadados, otros tristes, otros angustiados, otros asustados. Un cóctel que agitamos según nos levantamos y que unos días sabe a pena, otros a desesperanza, enfado o desasosiego… Si, querido lector, si se para a mirar a su alrededor, a las personas con las que convive, a la gente con la que tiene algún trato o, a usted mismo, ¿son estos sus propios sentimientos?, ¿son los que le trasmiten los demás?
Se le atribuye a Epicteto el pensamiento que afirma “no nos afecta tanto lo que pasa como lo que nos decimos que nos pasa”. No hay palabras inocentes y no deberíamos ser inocentes al escogerlas, pueden acariciar y también pueden dañar. Vivimos entre historias, las nuestras, las de los otros, las de todos, las del mundo. Unas se entrelazan con otras, y otras con unas. Las historias cambian la percepción de la realidad, y al cambiar la percepción, cambiamos nosotros, y al cambiar nosotros, nuestra visión de “la realidad” que es igual que cambiar “la realidad” misma. ¡Qué poderosas son las palabras! Pueden elevarnos o pueden hundirnos.
En Psicología entendemos el fenómeno de la profecía autocumplida como una predicción que una vez hecha es, en sí misma, la causa de que se haga realidad. Si creemos que algo va a ocurrir o que vamos a tener determinados resultados, inadvertidamente nos organizamos para alcanzar el resultado predicho; con independencia de que sea deseado o no. ¿Quién no ha tenido la experiencia de fracasar después de que nadie haya creído en su triunfo y a la inversa?
La profecía autocumplida en “tiempos del COVID”: Si se predicen sentimientos negativos, se obtienen sentimientos negativos. Si se escribe, diserta, y pronostican otras pandemias asociadas, como la de la salud mental, se aumentan sus probabilidades. Estos avisos no evitan, sino que potencian, lo que pretenden evitar. En definitiva, encaminan a la población hacia túneles aún más oscuros de los que le toca vivir.
Negar que esta situación es complicada e inesperada sería desafortunado e, incluso, una irresponsabilidad. Minimizar su seriedad sería como cerrar los ojos a una experiencia a la que jamás, pensamos que nos íbamos a enfrentar. Máxime cuando la pandemia sanitaria trae asociada una crisis económica, que algunos califican tan grave como la primera, Pero dar por hecho que las debilidades psicológicas de las personas emergen en esta situación de forma catastrófica es una afirmación que carece de fundamento y cuya validez sólo tiene el sentido de la profecía que se cumple a sí misma. Los profesionales de Salud Mental tenemos la obligación de infundir seguridad y esperanza en las personas. Los medios de comunicación tienen la responsabilidad de ofrecer informaciones veraces a la población. Y esto solo se consigue distinguiendo hechos, necesariamente contrastables, de opiniones, necesariamente discutibles.
“Imagínate por un momento que hubieras nacido en el año 1900.Cuando tienes 14 años, comienza la Primera Guerra Mundial, y termina cuando tienes 18, con un saldo de 22 millones de muertos. Poco después aparece una pandemia mundial, la gripe española, que mata 50 millones de personas. Y tú estás vivo y con 20 años. Cuando tienes 29 años, sobrevives a la crisis económica mundial, que comenzó con el derrumbe de la Bolsa de Nueva York, y ocasionó inflación, desempleo y hambre. Cuando tienes 33 años, los nazis llegan al poder. Cuando tienes 36 años comienza la Guerra Civil Española y termina cuando tienes 39 años. Cuando tienes 39 años, comienza la Segunda Guerra Mundial, y termina cuando tienes 45 años, con un saldo de 60 millones de muertos. En el Holocausto mueren 6 millones de judíos. Cuando tienes 52 años comienza la guerra de Corea. Cuando tienes 64 años, comienza la guerra de Vietnam y termina cuando tienes 75 años. Un niño que nace en 1985 piensa que sus abuelos no tienen la menor idea de lo difícil que es la vida, pero estos abuelos han sobrevivido a varias guerras y catástrofes. Hoy nos encontramos con todas las comodidades en un mundo nuevo, en medio de una nueva pandemia. La gente se queja porque, por varias semanas, se han de quedar confinados en su casa. Pero tienen electricidad, teléfono, comida, agua caliente y un techo seguro sobre sus cabezas. Nada de eso existía en otros tiempos. Sin embargo, la humanidad sobrevivió a estas circunstancias y nunca perdió su alegría de vivir. Hoy nos quejamos porque tenemos que usar mascarillas para entrar en los supermercados. Un pequeño cambio en nuestra perspectiva puede obrar milagros. Vamos a agradecer tú y yo que estamos vivos, y haremos todo lo necesario para protegernos y ayudarnos mutuamente.
(Autor desconocido)
Podemos y tenemos derecho a quejarnos porque “los tiempos del COVID” son malos tiempos. Sin embargo, la perspectiva histórica relativiza los efectos de la pandemia en nuestro estilo de vida.
JAVIER SAMPEDRO escribe en Marzo de este año;
En el verano de 1665, la universidad inglesa de Cambridge tuvo que echar el cerrojazo por la amenaza mortal de la peste. Un joven recién licenciado allí, que se había pagado la carrera limpiando los orinales de otros estudiantes más pudientes, tuvo que salir pitando de ese epicentro del conocimiento mundial y volverse a su pueblo, Woolsthorpe, en el condado de Lincolnshire, donde se tiró confinado casi dos años. El tipo se llamaba Isaac Newton, y su temporada de aislamiento es seguramente el mayor regalo que ha hecho una pandemia a la historia universal del conocimiento.
(Javier Sampedro. marzo, 2020)
Somos lo que contamos. Lo que ocurre, los hechos, se pueden ver desde diferentes perspectivas. Cada quien elige la suya. ¿Cuál es la que te permite empujar hacia adelante, salir a flote para respirar?, y ¿cuál la que te lastra, te hunde, te echa para atrás? En “tiempos de COVID” puedes seguir eligiendo la tuya.
“TIEMPOS DEL COVID: DE LA INMORTALIDAD A LA INCERTIDUMBRE”
«Y al día siguiente no murió nadie»
Así comienza José Saramago “Las intermitencias de la muerte”, una novela en la que un 1 de enero de no se sabe bien qué año los humanos dejaron de morir, planteando un problema de tremenda magnitud para la sociedad y un desafío demográfico difícil de imaginar. Pues bien, ese momento que un día vislumbra Saramago ya tiene fecha.
«En 2045, el hombre será inmortal» (Cordeiro, 2014).
José Luis Cordeiro es profesor y asesor de la Singularity University, una institución académica americana creada en 2009 por la NASA y financiada por Google, que ha participado en el encuentro ‘Inteligencia artificial y porvenir de la especie humana’ de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) de Santander. Ni el sida, ni el cáncer, ni el hambre. Nada. En poco más de 30 años, ninguna enfermedad podrá acabar con la especie humana porque, según asegura Cordeiro, «el envejecimiento es una enfermedad curable».
…Asido a una tecnología deslumbrante, a una medicina que desentraña los misterios de la vida, a una organización social que le cuida de la cuna a la tumba, el hombre moderno transita el páramo de la incertidumbre con paso vacilante, sin encontrar ningún asidero definitivo.
No siempre fue así. No hace tanto las leyes se escribían en piedra. Pasarán el Cielo y la Tierra pero mis palabras no pasarán. Este mundo que era un valle de lágrimas, envolvía a los seres humanos en un cántico de paz quizás ejecutado en el silencio de un monasterio. Incluso los que afirmaban que nada es y todo cambia vestían sus pesares con la autoridad de la Verdad. Aún los caprichos del destino gobernado por el humor cambiante de los dioses era más seguro que la mera incertidumbre.
Y cuando siglos más tarde Newton dibujó un Universo de leyes inmutables apoyadas en la insobornabilidad de las Matemáticas, la vida de los hombres era un peregrinaje por senderos tal vez pedregosos mas siempre alumbrados por la Luz. Pero cuando un francés llamado Descartes hizo de la duda un método, puso el primer ladrillo de este edificio de incertidumbres que llamamos modernidad.
Luego un judío alemán, Einstein, determinó que las cuerdas que tejían el Universo se estiraban haciendo del Tiempo y del Espacio un ovillo relativo y destruyó para siempre el elegante y previsible dibujo newtoniano. Otro alemán, Heinsenberg, postuló que no era posible determinar simultáneamente en una partícula su posición y su velocidad y que el observador puede alterar al observado, y lo llamó Principio de Incertidumbre. Finalmente, Freud, aseveró que el ser humano, su vida, sus pulsiones, sus miedos, eran sobre todo el resultado de un mundo escondido, profundo, subterráneo, inconsciente. En definitiva, que nada era como parecía. La era de la INCERTIDUMBRE se había establecido y la INCERTIDUMBRE trajo la angustia y la angustia, el dolor. El ser humano sometido a la incertidumbre escogió el sufrimiento porque no supo aceptar el dolor.
La modernidad entendió todo mal. Se dijo: si de la incertidumbre llega el sufrimiento, suprimido éste, desaparecerá la primera. Probó con el psicoanálisis, se dejó dormir con los psicofármacos, buscó volar con las drogas. En una pirueta imposible quiso recuperar las antiguas certezas de la Religión, o creó religiones nuevas. Un día, la Humanidad, cuando todos los atajos resultaron laberintos sin salida, se dio de bruces con un virus de hermoso nombre que estragaba a los seres humanos como una máquina de picar carne.
Fue, de alguna manera, como volver a la casilla de salida, retornar a la cueva o a la soledad primigenia del primate que un día dijo: soy.
Paradójicamente la incertidumbre de una pandemia inesperada recordó las viejas certidumbres de la antigüedad y de entre ellas, la más tozuda, la más implacable, la más cruel y la más inevitable: la certidumbre de la muerte. Volvimos a descubrir que las certidumbres y las incertidumbres no son tan diferentes.
(Juan José Yaniz Igal. Septiembre, 2020)
¿Cómo sobrellevar la incertidumbre, el miedo o la debilidad? ¿Qué ha cambiado, qué está cambiando durante este periodo? ¿Se ha hecho más presente la incertidumbre? ¿Ya lo estaba? ¿Qué lugar ocupa en su vida, querido lector?
Estábamos acariciando la prometida inmortalidad, aunque con cierta incredulidad, cuando un ser invisible, que incluso hay quien duda de su existencia, ha parado el mundo. Y entonces caemos en la más terrible de las verdades: que el ser humano es dueño de una certeza incuestionable, desde el mismo momento que nace empieza su camino hacia la muerte. Empieza la cuenta atrás.
La incertidumbre siempre ha sido una compañera fiel. No tenemos seguridad de que al minuto siguiente vayamos a estar vivos. Pensemos en el atentado de las Torres Gemelas, otra catástrofe de efecto. Personas trabajando tranquilamente en sus despachos y que perdieron su vida inesperadamente. O el atentado de Atocha, o un accidente de tráfico o un diagnóstico médico grave. Y tantas otras situaciones. En un segundo cambia la vida. Nos sentíamos tan poderosos que hablábamos de la inmortalidad, pensando que estábamos muy cerca de ella. Tuvo que llegar un bicho nanoscópico para hacernos recordar que la vida es efímera, pasajera y se nos puede arrebatar en cualquier momento.
A partir de ahora tenemos que saber, si es que no lo sabíamos ya, que para vivir hay que aprender a lidiar con la incertidumbre, ¿Y esto cómo se hace?
ACEPTANDO QUE SOMOS MORTALES. Que esta vida se acabará un día, y no tiene por qué ser por COVID. Que el tiempo es limitado y que, por eso, hay que aprovecharlo. Que aprovechar el tiempo es disfrutar de lo que está a nuestro alcance. Y añorar lo que no está. Que vivir es asumir que no todo tiene que ser maravilloso, que la vida tiene limitaciones. Que llorar es tan lícito como reír. Y que moriremos como nacimos.
“Hierve la sangre juvenil; se exalta lleno de aliento el corazón, y audaz el loco pensamiento, sueña y cree que el hombre, es cual los dioses, inmortal. No importa que los sueños sean mentira, ya que, al cabo, es verdad que es venturoso el que soñando muere, infeliz el que vive sin soñar.” (Rosalía de Castro)
VÍCTOR LAPUENTE en el pasado Mayo escribió:
“Llamas al médico y te dice que tienes un virus mortal. Un virus más letal que la covid-19, porque mata al 100% de los infectados. Y más inteligente, porque te provocará la muerte cuando y como él quiera: mediante una afección cardiorrespiratoria repentina, camuflado bajo un cáncer lento, o de cualquier manera caprichosa.
Si esto te sucediera, querrías replantearte tu vida. Pues ya deberías haberlo hecho, porque todos llevamos ese virus -el de la muerte- dentro.
Hemos construido nuestro mundo moderno en un lugar alejado de la muerte. No la discutimos en la sobremesa. No llevamos a los niños a los entierros. Mantenemos nuestra atención embriagada con una sucesión perpetua de entretenimientos: series de televisión, videojuegos, deporte, pilates. Ejercitamos todos nuestros músculos, menos los que nos preparan para el combate final. No para ganarlo, eso es imposible; sino para aceptarlo.
Además, nos comportamos como si tuviéramos una idea precisa de cuánto dura la vida. En función de esa idea interpretamos la edad de los muertos de forma sesgada. Si muere alguien mayor es menos grave porque ya ha vivido suficiente. ¿Quién decide qué es vivir suficiente? En cambio cuando muere alguien joven tiende a considerarse como una tragedia porque se ha truncado una vida a la que le quedaban años y cosas por hacer. ¿Quién decide el valor que tiene una vida?, ¿el valor de una vida depende solo de la cantidad de años?, ¿o también habría que incluir la calidad? Y si es así, ¿calidad en términos de salud y disfrute personal o en términos de cuánto esa vida va a aportar a la colectividad?, ¿morir en África significa lo mismo que en Europa?, ¿por qué los medios de comunicación y nuestros representantes políticos se han esforzado tanto en comunicar la edad de los fallecidos en la pandemia? Tal vez lo importante no es cuántos años se viven, sino qué se vive con los años.
“TIEMPOS DEL COVID: REFLEXIONES PARA UNA VIDA NUEVA”
“Cuando el mar se ve azotado por un temporal, a la tripulación del barco siempre le queda el consuelo de saber que tarde o temprano obedecerá a su nombre y pasará, porque es temporal.
Según una leyenda malaya, el primer ser humano que navegó tuvo que luchar contra los Siete Tormentos del Mar: el hambre, la sed, la soledad, la autocompasión, la pena, el miedo y la esperanza. La leyenda cuenta que logró pasar los seis primeros, pero fracasó en el séptimo, por ello la esperanza está ensartada en el corazón de los navegantes. Un buen patrón sabe que un temporal se afronta derrotando cada ola. Salvada una, todo el esfuerzo se dirige a salvar la otra, hasta que al final el peligro se aleja y el combate termina.”
(Manuel Vicent, 2012)
Desde la esperanza de que este temporal pasará y recuperaremos la vida que teníamos, y de la que a veces renegábamos, y ahora añoramos, vamos a pensar, cuales son los nuevos pilares que nos guiarán, no vaya a ser que dentro de un tiempo, unos años, también añoremos estos momentos, y concluyamos que no los aprovechamos de la manera que debíamos: La pandemia mundial está suponiendo un cambio importante en nuestras costumbres y formas. Cambios en nuestra forma de vivir, que podemos analizar en términos de efectividad y gravedad.
Que nuestra vida ha cambiado es incuestionable. La pregunta clave es si esta situación, por espectacular, es la más grave que hemos vivido. Aunque no es lo único que nos podemos cuestionar. La manera en que nos estamos adaptando a los cambios, puede y debe ser objeto de análisis. Revisar la coherencia de estos cambios con la situación sanitaria, así como analizar las respuestas que damos en los momentos especialmente complicados, resulta obligado. Y no olvidarnos de preguntarnos si nos estamos permitiendo disfrutar, por qué no, de lo bueno que este momento nos ha traído.
Nuestra vida es un sin fin de propósitos, que a veces se cumplen y a veces se pierden y se olvidan. Qué duda cabe que la pandemia ha recolocado nuestros objetivos, cambiando orden y prioridades, emergiendo nuevos y desapareciendo antiguos. Analizar aquellos propósitos que estaban en nuestra lista antes de la emergencia y comprobar en qué lugar se han quedado y cual es nuestro plan actual de acción, puede ser interesante. Asimismo, revisar nuestros nuevos fines, los derivados de esta situación, adaptándolos a nuestra vida y trabajando por alcanzarlos puede resultar enriquecedor.
Por último, la típica frase, “no sabemos lo fuertes que somos hasta que no lo necesitamos” cobra un especial sentido en el momento actual. Pensemos en nuestras fortalezas internas y externas, en lo que nos ayuda y en lo que nos ayuda más. Y si no somos capaces no tenemos más que echar la vista atrás para saber cómo hemos conseguido superar otras situaciones y volver a empezar.
“Mientras esto dure, quisiera sentir que mi vida no se ha parado, que he seguido ilusionandome, cayéndome, levantándome, que a veces me han faltado las fuerzas pero nunca me he rendido, que he compartido momentos, que he sufrido la soledad, que me he emocionado, que he crecido, que he aprendido… que no he dejado de vivir”.
J. A. Septiembre de 2020
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
Saramago, José ( 2005). Las Intermitencias de la Muerte. ALFAGUARA
de Castro, Rosalia (2011) En las orillas del Sar. NoBooks Editorial.
Nota de los autores
En Septiembre del año pasado escribimos este artículo con el objetivo de diferenciarnos de tantas publicaciones que, bajo el manto de la ciencia, predicen la llegada de una pandemia diferente y peor, “la pandemia de la Salud Mental”. Agoreros que afirman que la población se está ahogando en patologías mentales derivadas de las consecuencias del COVID.
El COVID-19 es una situación inesperada, preocupante, y desgarradora. Nos ha cambiado la vida y nuestras costumbres. Hemos tenido que adaptarnos a nuevas maneras de vivir. Nos hemos aislado de nuestros amigos y familiares. Estamos aburridos, cansados y hartos, tristes y enfadados.
Sin embargo, desde nuestro punto de vista defendemos que esto es una situación vital, como otras tantas, que no por inesperada y difícil deja de ser eso, una situación vital. Tenemos derecho a quejarnos, por supuesto. Pero eso no significa que sea correcto ni acertado que, desde la ciencia, la Medicina, la Psiquiatría o la Psicología se cataloguen todos estos sentimientos y emociones como patológicos. Porque la verdadera Ciencia se dedica a la prevención y el tratamiento de las enfermedades y, más allá de esto, a preservar la salud y mejorar la calidad de vida de las personas. Los “profetas” tienen derecho a pensar como quieran, pero no a atribuir fundamento científico a su pesimismo.
Porque en la prevención, en la predicción y en la advertencia, está el daño.
Gracias por esta profunda reflexión, por esta mirada desde otros ángulos. En estas circunstancias toman todavía más sentido los principios que aplicamos. Habéis puesto en palabras certeras lo que muchos pensamos y sentimos.
Ana, muchas gracias por tu comentario. Has captado perfectamente el motivo que nos animó a escribir el artículo y que no es otro que diferenciarnos de tantas publicaciones que predicen catástrofes en materia de salud mental. Si hemos conseguido hacer un análisis, desde otro punto de vista y a nuestro parecer, mucho más constructivo, nos damos por satisfechos.
¡Un abrazo! ¡Nos seguimos viendo por aquí!