El dolor infantil

FUNDAMENTACIÓN

En primer lugar, el dolor es una percepción subjetiva del efecto de un daño físico o psicológico. Una misma herida puede producir un dolor soportable o insoportable dependiendo del valor que le asigna la persona que la sufre. Por otra parte, la persona se comporta como un ser social y, por tanto, su percepción, es decir, su interpretación de los eventos que vive y experimenta se ve influida por, e influye en, el significado que le dan quienes la rodean. En 1951 un psicólogo social llamado Solomon Asch realizó una serie de experimentos para ver cómo la presión del grupo conformaba la opinión de las personas. Para ello puso una serie de tarjetas con tres líneas de diferentes longitudes y los sujetos tenían que decir cuál de las tres líneas era igual que la del modelo. Los grupos eran de cinco a ocho componentes, todos menos uno colaboradores del investigador.

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El sujeto experimental se pronunciaba en último lugar. En algunas viñetas todos los del grupo coincidían en la respuesta correcta, pero en alguna de ellas los colaboradores del investigador daban una respuesta obviamente falsa. Cuando llegaba el turno del sujeto experimental tenía que elegir entre dar la respuesta correcta o dejarse influir por la presión del grupo. En un 37% de las ocasiones los sujetos experimentales emitieron una respuesta falsa. Algunos reconocieron posteriormente que habían dado una respuesta que sabían falsa por temor a manifestar una opinión divergente, pero otros estaban convencidos de haber dicho la respuesta que pensaban correcta y se excusaron en problemas de visión o de percepción (Asch, 1956).

La conclusión de este experimento es que en casi cuatro de cada diez veces el grupo conforma la percepción de estímulos objetivos. Es muy probable que la influencia del grupo sea mucho mayor en el caso de sensaciones subjetivas como el dolor, aún más cuando se trata de niños y, si cabe, aún más cuando las referencias vienen de figuras de autoridad como lo son los padres, los maestros, o los profesionales sanitarios que le atienden. Los niños están inmersos en un proceso de aprendizaje y su interpretación de las propias sensaciones se ve influenciada por la percepción que tienen de cómo quienes les rodean interpretan qué deben sentir.  Por ejemplo, la cara de susto que ponga una madre ante la herida de un niño probablemente modula la reacción de este ante el dolor que siente.

Obviamente lo expuesto hasta aquí no es una verdad absoluta, como tampoco lo es ninguna otra afirmación que se haga sobre el comportamiento de las personas (Watzlawick, 1979), pero sí es un punto de partida desde el que se puede comprender y manejar el dolor infantil. Valga decir que ya que las personas se comportan como seres sociales, su percepción se ve influenciada por las percepciones de quienes les rodean.

ESTRATEGIAS PROBABLEMENTE EFICACES

Si esta fuera una premisa aceptable, los padres podrían ayudar a sus hijos a modificar sus vivencias sobre el dolor. Es lógico que las estrategias comunicativas de los padres no sean capaces de modificar los hechos, pero sí la interpretación que los niños hacen de los mismos. Vale decir que no son capaces de convertir en placentero algo doloroso, ni viceversa, pero sí pueden contribuir a modular la intensidad de las percepciones dolorosas, como la de las placenteras. Una reacción de tranquilidad y comprensión transmite seguridad y facilita que una sensación dolorosa resulte, al menos, aceptable. De la misma manera, una reacción de inquietud y preocupación transmite incertidumbre y facilita que ese mismo dolor sea vivido como insoportable. A partir de la Teoría de la Comunicación Humana (Watzlawick, Beavin y Jackson, 1967) en las personas coexisten dos tipos de lenguajes: el digital y el analógico. El digital, casi siempre verbal, sirve para transmitir las diferentes informaciones que se intercambian; el analógico, a menudo no verbal, sirve para transmitir las emociones y el sentido que se le debe dar a lo que se dice. “No tienes que preocuparte por…” en el lenguaje digital significa lo que el lector lee y en el lenguaje analógico a menudo transmite todo lo contrario: “Harías bien en preocuparte por…”. “Excusatio non petita, accusatio manifesta” Esto significa que tranquilizar a un niño para modular su percepción del dolor en un sentido favorable no es una tarea tan fácil como decirle “tú tranquilo”, sino que hay que transmitirle la seguridad a través del lenguaje no verbal, es decir, mucho más estando a su lado, comprendiendo y aceptando sus quejas y el malestar que expresa, que diciéndoles frases como “no es para tanto” o “no te preocupes”.

Otra estrategia psicológica capaz de modular la intensidad percibida de un dolor es la atención que uno mismo le presta. Cualquier persona que haga un repaso exhaustivo de sus sensaciones propioceptivas es capaz de identificar algún punto doloroso, aunque sea muy ligero. Es una experiencia común a muchas personas el estar intensamente concentradas en una tarea y darse cuenta al terminarla y relajarse de un dolor de cabeza o un dolor muscular derivado de la propia tensión de la posición física o de la intensidad del esfuerzo mental, que hasta ese momento había pasado desapercibida. De la misma manera se puede contribuir a distraer la atención que un niño le presta a un dolor que padece llamando su atención hacia otros estímulos. Tampoco esta estrategia resulta fácil de aplicar porque para que un elemento sirva como distractor su poder de atracción tiene que ser superior a la pregnancia del dolor en sí. Esto significa que cuanto más grande sea el dolor percibido, más difícil es encontrar un distractor eficaz. Por otro lado, la forma de presentar el elemento distractor tiene que ser indirecta porque “vamos a jugar a… para que te duela menos”, es una forma de llamar su atención hacia el dolor que siente y padece y, probablemente, no conseguirá el efecto distractor que pretende.

MENSAJES A MENUDO INEFICACES

De la misma manera que hay estrategias comunicativas que contribuyen a atenuar la interpretación que una persona, un niño en este caso, hace de una sensación dolorosa, también hay estrategias comunicativas que contribuyen a aumentar la interpretación de las sensaciones dolorosas.

La más común es preguntar por el dolor. “¿Te duele mucho?” o “¿Ya vas estando mejor?”, aunque la pregunta esté guiada por un genuino interés y buena voluntad, recuerdan al enfermo que lo está y que tiene una sensación dolorosa. Estas y otras expresiones por el estilo, aunque son lógicas, naturales y derivan precisamente de la preocupación y el cariño que sienten por el enfermo quienes las expresan, no dejan de ser formas de recordar y atraer la atención del enfermo sobre su sufrimiento.

Otra de ellas es minimizar el daño o quitarle importancia: “No es nada, ya verás como enseguida se te pasa”. Estos mensajes bienintencionados no siempre consiguen su propósito; en más ocasiones de las que se podría pensar contribuyen a que el paciente se sienta incomprendido, piense que los demás no se dan cuenta de su sufrimiento y provocan inadvertidamente que el enfermo aumente su nivel de queja, ya que de otra manera parece que los demás no se enteran o no tienen en cuenta su sufrimiento.

Estas dos estrategias ineficaces tienen el problema añadido de alimentarse a sí mismas en forma de círculo vicioso. Cuanto más el cuidador minimiza la queja, más se queja el enfermo y más necesita el cuidador minimizar las quejas. Cuanto más se queja el enfermo más se interesa su cuidador preguntándole por su malestar, más dirige la atención el enfermo a sus propias sensaciones, más las percibe como dolorosas y más expresa sus quejas.

CONCLUSIÓN

Los profesionales pueden promover el entrenamiento de los padres y cuidadores en las estrategias que facilitan una percepción atenuada y soportable del dolor, así como en la evitación de los mensajes que contribuyen a una percepción más intensa. Asimismo deben transmitir la información de tal manera que contribuya a que padres, cuidadores y enfermos desarrollen estrategias eficaces para la gestión del dolor, sabiendo que cuando un dolor no se puede evitar, aún se pueden hacer cosas para “llevarlo de la mejor manera posible”, que nunca será de buena manera, pero sí de una menos mala.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

  • Asch S. E. (1956) Studies of independence and conformity: A minority of one against a unanimous majority. Psychological Monographs, 70. nº 416
  • Watzlawick P. ¿Es real la realidad? Barcelona: Herder. 1979
  • Watzlawick P., Beavin J. y Jackson D. D. Teoría de la Comunicación Humana. Barcelona: Herder. 1967

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