Ana y Manuel tienen un hijo de 16 años que ha empezado a tontear con la marihuana. Su consumo actual no les parece demasiado preocupante, pero tienen miedo de que vaya a más, de que inicie otros consumos más peligrosos, de que se junte con personas adictas, de que abandone sus estudios y sus aficiones. Manuel y Ana quieren intervenir y están en una disyuntiva:
¿Le echan una buena bronca, le castigan sin salir, le retiran la paga, le explican los peligros del consumo de drogas, le acusan de ingratitud, de que los ha decepcionado… o hablan con él, se interesan por las circunstancias en las que ha consumido, valoran si el consumo estuvo bajo su control, si es algo que piensa seguir haciendo y tienen ocasión de considerar los riesgos y, por qué no, los posibles beneficios del consumo de sustancias tóxicas?
En definitiva,
“CONTROL O CONFIANZA”
María tiene 15 años y está haciendo 4º curso de la E.S.O. En una entrevista rutinaria con la orientadora escolar para recibir información sobre sus opciones para el próximo curso, le confiesa que lleva vomitando desde hace aproximadamente un año. Dice que le gusta comer, pero quiere estar delgada como sus amigas, de forma que come todo lo que le apetece, incluso más, y luego vomita. Solo lo sabe alguna amiga y no quiere, de ninguna manera que se enteren sus padres y mucho menos seguir algún tipo de tratamiento para lo que, desde su punto de vista, no es un problema. ¿Qué puede hacer la orientadora?
¿Hablar con sus padres, con su tutor y otros profesores para que le hagan ver el problema y acepte algún tipo de tratamiento u ofrecerse a buscar con ella alguna forma de conseguir estar delgada sin recurrir a procedimientos que a la larga, o no tan a la larga, pueden afectar de forma grave a su salud?
En definitiva,
“CONFIANZA O CONTROL”
El coordinador de un Centro de Atención Primaria se encuentra muy descontento con el trabajo de una de las médicos que está cubriendo una baja de larga duración de otra compañera. Llega casi dos horas tarde, de forma que los pacientes citados están esperando y se originan algunas protestas; bastantes días se marcha más de una hora antes, por lo que si hay alguna demanda imprevista a última hora de alguien de su cupo tiene que ser atendida por un compañero que esté disponible; incluso hay días que no acude al trabajo sin aviso o avisa demasiado tarde y sin una justificación apropiada y creíble. También se han recibido algunas quejas de sus pacientes en relación a la escasa atención y trato displicente o desconsiderado. El coordinador le ha señalado repetidamente el problema, le ha expuesto las normas del centro, que derivan de la Gerencia de Atención Primaria y del consenso de los propios profesionales del Centro, le ha recordado sus obligaciones y su compromiso con pacientes y compañeros… ella se disculpa y pone por excusa diferentes compromisos familiares «ineludibles», pero mantiene su comportamiento. ¿Qué hacer? ¿Abrirle un expediente disciplinario y enviarlo a la Gerencia con riesgo de una posible sanción?, ¿solicitar su sustitución, ya que no es personal fijo?, ¿plantear el problema en una de las reuniones del equipo del centro para que se adopten las medidas que se consideren oportunas?. O ¿mostrarse comprensivo con su situación personal, sustituirla él mismo cuando abandona su puesto de trabajo para que no se vean afectados ni sus pacientes, ni otros compañeros?, ¿ofrecerse a atender a sus pacientes citados en las dos o tres primeras horas de su horario laboral de forma que tenga “permiso” para llegar tarde o una especie de “horario reducido”? En definitiva,
CONTROL O CONFIANZA
Sospechamos que la mayoría de los profesionales de salud mental y, probablemente también, la mayoría de los ciudadanos sensatos y razonables optan por medidas basadas en el control -¿miedo?, ¿seguridad?-, aunque les gustaría poder confiar.
“Teníamos una niña que se encerró en el baño y dijo que se había cortado las venas. Había algo de sangre en la zona de los lavabos; fuimos hasta allí varias personas y acabamos entrando. Al final no era tan grave, pero el susto fue tremendo. Si yo llamo al 061 y me recomienda entrar, estoy cubierto, pero si lo hago por mi cuenta, y en ese momento no hay nadie más ¿qué pasa?… Soy especialmente cuidadoso con estas cosas -reconoce el director afectado-, pero ¿qué hago? Con el protocolo* estamos cubiertos”. (La Voz de Galicia, A FONDO, lunes, 6 de marzo del 2023).
*Se refiere al “Protocolo de prevención, detección e intervención del riesgo suicida en el ámbito educativo” elaborado por la Xunta de Galicia. https://libraria.xunta.gal/sites/default/files/downloads/publicacion/riesgo_suicida_castelan_para_li.pdf
Esto es lo que declara el director de un Instituto de Educación Secundaria. Él no se debate en el dilema de “Confianza o Control”; ni siquiera opta por el “Control”, sino que fundamentalmente se preocupa por su seguridad. Es cierto que, probablemente, le inquiete el daño que haya podido hacerse la alumna, pero de sus declaraciones se deduce con cierta facilidad que lo que le preocupa es si su actuación “está cubierta” por la autoridad sanitaria, por los protocolos de buenas prácticas, por la ley. Parece que le preocupa más el buen nombre del centro que dirige, que la integridad física de la alumna. Lo que quiere es que nadie pueda recriminarle nada sobre su gestión del incidente; en definitiva, le inquieta su propia imagen y salvar su conciencia. ¿Cómo se puede estar seguro siendo responsable de dirigir un centro en el que aprenden 500 estudiantes adolescentes o más?
Cuando las personas reaccionan de acuerdo a lo que se espera de ellas promueven una sensación de seguridad en los demás. Cuando, en cambio, reaccionan de forma inesperada lo que incitan es una sensación de inquietud. Si el comportamiento es acorde a “las normas” sociales -la mayoría implícitas y sin embargo sobradamente conocidas por quienes forman parte de una sociedad determinada- resulta previsible. Incluso, la sociedad dispone de algunas sanciones para las personas que se salen de la norma. Puede resultar incómodo, pero todo está bajo “control”.
Que los hijos obedezcan, que los padres los cuiden y eduquen; que los maestros enseñen, que los alumnos aprendan; que los médicos prescriban, que los pacientes cumplan… Cuando las secuencias de comportamiento siguen las normas sociales todo está en orden y tranquilo porque los comportamientos resultan predecibles.
Por otra parte, las normas también guían el comportamiento de las personas. El tráfico está regulado por normas: en unos países se circula por la derecha, en otros por la izquierda; la convivencia también: el respeto de la propiedad privada, el de la intimidad… En general, el comportamiento de unos hacia otros está regulado por normas, no siempre escritas, no siempre explícitas y no siempre compartidas.
Esto no es todo. El comportamiento de cada persona también está regulado por el de las demás.
María entra en una zapatería y dice “Buenos días”; el dependiente responde: “Buenos días, ¿qué desea?”.
María entra en el comercio y lo primero que dice es “Vd. está aquí para trabajar. Enséñeme esas zapatillas rojas del escaparate”. El dependiente …, …,
“Buenos días, tenga y pruébese las zapatillas rojas. Creo que le sentarán bien”;
“¿Quién es Vd. para recordarme cuáles son mis obligaciones?»
Todo está en orden porque resulta predecible.
María no ha respetado la norma sobre el saludo de cortesía; en su lugar, se ha permitido recordarle al dependiente una de sus obligaciones, por último le ha hecho una petición. El comportamiento de María resulta sorprendente, es decir, no previsible. El dependiente tiene varias opciones: responder de acuerdo a las normas de cortesía…
o responder el espejo…
En la primera opción el dependiente sigue comportándose de acuerdo a las normas sociales, aunque María no lo haya hecho. En la segunda opción el dependiente se comporta hacia María igual que ella lo ha hecho con él. Esto se llama “ojo x ojo”.¿Cuál de las dos reacciones del dependiente es más probable y de qué depende?
El problema empieza cuando el comportamiento de alguien resulta impredecible. Se sale de las normas y los correctores sociales -reprimendas, castigos, multas…- no funcionan.
Un ejemplo. Quien incumple las normas de tráfico paga una multa y pierde puntos. Si continúa incumpliendo paga nuevas multas y pierde más puntos; eventualmente todos y con ello el carnet. Y si continúa conduciendo e incumpliendo las normas ¿qué? Si se le requisa el coche, puede coger otro; si se le mete en la cárcel ¿durante cuánto tiempo y luego qué?; ¿se le pone un vigilante?, tendrá que ser permanente, porque en cuanto se quede sin vigilancia puede volver a las andadas.
Otro ejemplo. Quien hace una interpretación delirante de la realidad -piensa que hay un complot en su contra para robarle sus pertenencias, incluso su identidad, es lógico que tome las oportunas medidas protectoras- se comporta de acuerdo a su visión de la realidad -como todos-; pero los demás, que no comparten tal visión de la realidad y que consideran que el complot no existe, que es de naturaleza delirante, juzgan tales medidas como sorprendentes, inesperadas y en ocasiones inaceptables. Deciden, entonces, prescribirle un neuroléptico. Si la idea de complot persiste, si piensa que los médicos también están involucrados en el complot, si sus comportamientos empiezan a ser vistos como potencialmente peligrosos para los demás o para sí mismo, se le ingresa, se le priva de su libertad. ¿Durante cuánto tiempo y luego qué? Si las medidas terapéuticas son entendidas como nuevas pruebas irrefutables del susodicho complot…
¿CONFIANZA O CONTROL?
El comportamiento fuera de norma se considera un delito, en el primer caso y una enfermedad, en el segundo. En ambos las correcciones sociales resultan ineficaces y, por tanto, requieren intervenciones excepcionales de carácter continuado que resultan imposibles o contraproducentes.
Si se elige el camino del CONTROL cabe esperar un ajuste a la norma a corto plazo -no siempre- pero la norma no se interioriza -a veces sí-, por lo que es necesario mantenerlo a largo plazo y cuando se debilita el control se producen recaídas.
Si se elige el camino de la CONFIANZA el ajuste a la norma es más lento e incierto. A cambio, cuando se consigue, la norma se interioriza y el nuevo comportamiento es duradero en el tiempo.
Otra diferencia es que el CONTROL requiere cierta dosis de autoridad y genera relaciones de poder/sumisión, mientras que la CONFIANZA requiere comprensión, credibilidad, paciencia y desarrolla relaciones de cooperación/igualdad. Desde esta perspectiva el CONTROL requiere supervisión continua durante el proceso y puede que resulte dañino a medio y largo plazo, mientras que la CONFIANZA basta con mirar si el resultado es el esperado y es, sin duda, deseable a la larga.
En cada comportamiento las personas eligen si controlar a… o confiar en… su interlocutor. Algunas personas son más proclives al control; otras a la confianza. Algunas circunstancias parecen más apropiadas para la confianza -se desea que un hijo se aficione a leer- otras para el control -alguien se va a hacer daño de manera cierta e inmediata; es imprescindible evitarlo-. El control es necesario cuando un comportamiento es gravemente dañino a muy corto plazo. La confianza es preferible cuando se puede esperar a que la persona interiorice la norma y cuando se desea que se mantenga en el tiempo.
En definitiva, CONFIANZA O CONTROL