“La meta de la terapia, consciente de su responsabilidad, no puede ser la utopía de una vida sin problemas, sino el dominio suficiente de los problemas constantes de la vida: con esto nos referimos a la capacidad de arreglárselas sencilla y llanamente con los altibajos de la vida” (Watzlawick, 1988. p. 100).
Todas las psicoterapias coinciden en un objetivo común: contribuir a producir cambios en las personas que acuden solicitando ayuda. En la mayoría de las orientaciones es el terapeuta, en base a un diagnóstico o a unas teorías coherentes y bien estructuradas, quien decide “objetivamente” qué y en qué sentido debe ser modificado el comportamiento de los clientes en bien de ellos mismos.
Desde el Constructivismo Radical se piensa que esa presunta objetividad no es posible (von Foerster,1981; von Glasersfeld, 1981). La entrevista psicoterapéutica es una interacción entre, al menos, dos interlocutores. El terapeuta no es alguien que mira desde fuera un objeto -el cliente- con el que puede mantener la distancia necesaria para no modificar la realidad observada. Más bien, lo que observa es el resultado de la interacción entre aquello que pretende observar y él mismo, interacción en la que está inmerso y que tiene lugar a través de la comunicación. Por medio de ella los clientes, cuando acuden a terapia, expresan una queja, que no es más que el resultado desafortunado de una particular forma de ver u organizar su experiencia de la realidad.
Razonando desde este punto de vista, no son objeto de tratamiento psicoterapéutico los comportamientos de los que ninguna de las personas involucradas se queja.
Una persona acude a consulta diciendo que le da muchas vueltas a las cosas, que piensa todo mucho antes de tomar una decisión y que normalmente se enreda en pensamientos sobre el sentido de lo que está haciendo y sobre el sentido de la vida en general.
Este relato no se considera como una queja, ni objeto de cambio, si la persona dice que a ella le gusta ser así aunque, ocasionalmente, le cause algunos disgustos. En consecuencia, no es el terapeuta quien decide qué tiene que cambiar en la vida o en el comportamiento de los clientes, ni siquiera en aras de su supuesta felicidad.
Por el contrario, es el cliente quien tiene que tomar esa decisión por dos razones: 1) Es muy difícil conseguir que algo cambie cuando la persona no quiere cambiarlo. Por ejemplo, es casi imposible conseguir que deje de fumar quien no quiere dejar el tabaco (Blandler, 1988) y 2) Si fuera posible un cambio en contra de la voluntad del interesado, el resultado sería más parecido a un “lavado de cerebro” que a una ayuda psicoterapéutica, ya que sería una autoridad exterior quien decide e impone qué y en qué sentido tiene que cambiar el comportamiento del cliente.
En definitiva, cuando una persona manifiesta su malestar con algún aspecto de su vida se dice que expresa una queja.
Si además expone su deseo de dejar de pensar, sentir o actuar así y para ello requiere la ayuda de un psicoterapeuta, se dice que hace una demanda. El terapeuta interviene solo cuando alguna de las personas involucradas pide ayuda para que “algo” cambie y utiliza para ello las diferentes técnicas a su disposición en aras a conseguir el objetivo definido por el cliente que, a menudo, se relaciona con la queja y la demanda expresadas.
Es cierto que las personas no siempre acuden a la consulta con una clara demanda de cambio, como no siempre que desean un cambio esperan que pueda conseguirse a través de la intervención psicoterapéutica. En ocasiones, incluso, hacen demandas contrarias a la “ley natural” o a la legislación vigente. Por ejemplo…
Ana, de 18 años, fue remitida a los servicios de Salud Mental por su médico de cabecera porque durante los tres últimos meses había perdido diez kilos y su aspecto actual era de una depauperación extrema. Sin embargo, ella demandaba ayuda para adelgazar cinco kilos más.
Obviamente el terapeuta no va a ayudar a esta paciente a conseguir su objetivo, sino que va a trabajar para redefinirlo y acordar con ella una meta compatible con su salud física y mental. Desde el punto de vista de la TFSB no se trabaja para conseguir lo que el cliente no desea, pero tampoco se pueden aceptar objetivos abiertamente perjudiciales para su salud o integridad física o la de cualquier otra persona de su contexto. Si no se alcanza este acuerdo -los terapeutas no siempre consiguen sus propósitos- el terapeuta expone que no se compromete a trabajar para ese objetivo y deja la puerta abierta a otras demandas y a un cambio en las metas de la paciente.
Tampoco se aceptan objetivos utópicos, como los de unos padres que piden a su hijo que nunca discuta con su hermana y que todas sus notas sean sobresalientes. En estos casos, antes de trabajar para iniciar los cambios es necesario llegar a un acuerdo sobre las metas para situarlas en un nivel más asequible a las posibilidades de la condición humana.
Cuando se han definido unas metas fáciles o, al menos, posibles de conseguir se puede iniciar el trabajo psicoterapéutico dirigido al cambio.
A veces los clientes piden ayuda para realizar una conducta que no se consideran capaces de hacer por sí mismos o demandan orientación para dejar de comportarse de una forma determinada ya que esto les está creando problemas. En otras ocasiones, la demanda no es de un cambio en la conducta, sino que expresan sentimientos más o menos específicos de malestar con algún aspecto particular.
Habitualmente, cuando alguien mantiene una conducta, se apoya en una forma determinada de entender la realidad, en cogniciones que les hacen pensar que esa es la única manera buena o posible de comportamiento en esas circunstancias, a la vez que el resultado es desde algún punto de vista adaptativo al contexto en el que se produce.
En términos generales, cualquier modificación de la queja, incluso su desaparición, puede conseguirse a través de un cambio en la conducta, un cambio en la forma de pensar sobre la situación (construcción de la realidad) de una o más de las personas en ella involucradas, o un cambio en las circunstancias externas (cambios ambientales) o contexto en el que ocurre el patrón conflictivo. Puede cambiar la conducta-problema, su significado o su contexto. Un cambio en cualquiera de estos aspectos afecta necesariamente al resto de manera que, a la postre, la situación global resulta modificada.
Esta distinción conceptual obedece únicamente a un intento de organizar la exposición de modo comprensible. La Teoría General de los Sistemas (TGS) sostiene que las intervenciones sobre un sistema no pueden afectar a un único elemento dejando el resto inalterado (von Bertalanffy, 1968). Por tanto, se entiende que un cambio en la conducta conlleva cambios en la construcción de la realidad: Si ya he hecho algunos amigos con cierta facilidad no puedo seguir pensando “soy tímido, siempre he sido así y nunca tendré la posibilidad de hacer un solo amigo“. Un cambio en la interpretación de los acontecimientos a menudo activa cambios en la forma de comportase: Ahora que me he convencido de que mi nariz no es tan horrorosa, acepto de buen grado las invitaciones que antes declinaba con excusas. Y un cambio en las circunstancias externas -contexto- habitualmente lleva aparejados cambios en la conducta y en su significado -cogniciones- para adaptarse a las nuevas circunstancias: Un joven muy dependiente de sus padres no tendrá más remedio que emplear sus propios recursos si se marcha a una universidad a unos cientos de kilómetros de distancia de su hogar.
Se puede opinar que según cuál sea el tipo de quejas que los clientes traen a consulta es más útil -en términos de más fácil y rápido- comenzar por un cambio en la conducta, un cambio en su significado o un cambio en el contexto. Probablemente los psicoterapeutas tengan en cuenta un conjunto relativamente amplio de variables para decidir dónde aplicar su esfuerzo para iniciar el cambio y probablemente hagan simplificaciones útiles para tomar estas decisiones. En cualquier caso, el resultado final es un cambio en el sistema como totalidad que, cuando satisface los objetivos de los clientes y los criterios terapéuticos, se considera exitoso.
En las siguientes páginas se describen algunos de los procedimientos psicoterapéuticos más comunes para activar los cambios en la conducta, en su significado y en su contexto.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Bandler, R. (1988). Use su cabeza para variar. Chile: Cuatro vientos
- von Bertalanffy, LV. (1968). General System Theory. Foundations, Development, Applications. New York: George Braziller. (Teoría General de los Sistemas. Madrid: F.C.E.
- von Foerster H. (1981). Construyendo una realidad. En Watzlawick P. (Comp.). Die erfundene Wircklinchkeit. München: R. Piper GmbH &Co. KG. (La Realidad Inventada. Barcelona: Gedisa. 1998 (4ª ed.)).
- von Glasersfeld, E. (1981). Introducción al constructivismo radical. En Watzlawick P. (Comp.). Die erfundene Wircklinchkeit. München: R. Piper GmbH &Co. KG. (La Realidad Inventada. Barcelona: Gedisa. 1998 (4ª ed.)).
- Watzlawick, P. (1988). Münchhausen zopf oder psychotherapie und “Wierklicheit”. Bern: Verlag Hans Huber. (La coleta del barón de Münchhausen. Psicoterapia y realidad. Barcelona: Herder. 1992).