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Cambio dirigido por criterios normativos vs. no normativos

La mayoría de los enfoques psicoterapéuticos definen qué se considera “comportamiento normal” y qué “comportamiento patológico”, enfermedad o trastorno. Como consecuencia, ajustan los criterios de normalidad según el modelo teórico del que parten.

Así, los objetivos se dirigen a la consecución de los comportamientos considerados normales en función de la edad, de un predeterminado funcionamiento psicológico correcto o de la estructura de relaciones familiares adecuada. Los psicoterapeutas, avalados por un importante cúmulo de teorías -no siempre debidamente contrastadas experimentalmente, ni corroboradas por la comunidad científica- son quienes deciden qué debe entenderse como un cambio deseable.

Quique es un adolescente de 15 años que acude a consulta con sus padres. Le consideran un niño tímido y callado. No tiene amigos y prefiere quedarse en casa viendo la televisión o leyendo, que salir a la calle con sus amigos. Sus profesores informan que apenas se relaciona con sus compañeros de clase, ni le gusta participar en los deportes, como hace el resto. A la vista de estas informaciones, el psicoterapeuta diseña un programa de entrenamiento en habilidades sociales con el fin de mejorar el grado de competencia de Quique para las relaciones interpersonales.

La mayoría de las orientaciones teóricas estarán de acuerdo, aun siguiendo procedimientos diferentes para conseguirlo, en que es preferible mantener relaciones con los iguales que vivir al margen de ellos. Las personas “son” sociables por naturaleza.

El Constructivismo Radical plantea que no se puede saber con certeza qué “es” normal, ya que se carece de objetividad (Ibañez, 1992). No se tiene acceso a la supuesta realidad externa con la que comparar las normas de comportamiento social de obvia creación humana. 

El mecanismo es sencillo: se inventa, crea o construye una norma que resulta adaptativa a un contexto definido y a un momento particular. A continuación, se olvida la propia contribución al proceso de creación de la norma y después se mantiene la ilusión de que la “realidad” es realmente así. 

En los tratados de Psiquiatría de hace unos años (Vallejo et al., 1988; Masters, Johnson, y Kolodny, 1989; Kaplan, y Sadock, 1995) la homosexualidad era considerada como una enfermedad o desviación y así era tratada. Hoy se es más flexible y la mayoría de las orientaciones la consideran una forma más de vivir la sexualidad, ni mejor ni peor que otras. Los constructivistas piensan que no existe -o si existe no se tiene acceso a ella- una realidad externa respecto de la que decidir si algo es bueno o malo, normal o patológico, real o fantástico. Lo que se llama “Realidad” es una creación sujeta a las concepciones históricas, sociales y personales de un momento.

Quienes asumen esta forma de pensamiento como guía para su trabajo psicoterapéutico opinan que no debe ser el terapeuta quien decida hacia dónde ha de encaminarse el cambio. El cliente es el mejor experto en su vida y será él quien esté en las mejores condiciones de decidir qué considera necesario que cambie para desarrollar su existencia sin ayuda de la terapia. Se considera que no hay una única manera de construir un modo de vida adecuado, sin verdades absolutas sobre lo que es bueno para una determinada persona.

Se entiende que el psicoterapeuta no es alguien neutro. Puede tener y tiene sus opiniones acerca de si un camino elegido por un cliente sería adecuado o deseable si se tratara de su vida personal, pero pondrá especial interés en no incorporar sus propias concepciones como criterios de ajuste universal con los que guiar el cambio en sus clientes. Por el contrario, se esfuerza en concederles la máxima libertad y responsabilidad para que sean ellos quienes construyan el tipo de vida que desean vivir.

Susana tiene 28 años cuando acude a consulta por desacuerdos con su marido que, con frecuencia, terminan en insultos y faltas de respeto recíproco; en particular cuando su marido ha bebido. Ya ha tenido una experiencia psicoterapéutica en la que se le aconsejó la separación matrimonial, consejo que comparten los Servicios Sociales a los que también ha acudido quejándose del trato que recibe de su marido. Ella quiere seguir viviendo con él y dice poder soportar una relación de pareja no satisfactoria. Se plantea como objetivo psicoterapéutico que no vuelvan a suceder insultos y faltas de respeto durante sus discusiones. Se trabaja durante 5 sesiones con instrucciones que bloqueen las disputas (secuencias de escalada simétrica) en los primeros momentos. Se acordó el alta después de dos meses sin discusiones violentas. Susana reconoció, incluso, buenos momentos con su marido, a pesar de que este aún sigue bebiendo. 

Desde muchas concepciones psicológicas y, por supuesto, desde el trabajo hacia la igualdad de género, es posible que se cuestione este objetivo. Tal vez algún psicoterapeuta se plantee prevenir a esta mujer del peligro que supone vivir con un marido alcohólico y del daño psicológico que se deriva, probablemente, de una relación de pareja insatisfactoria. ¿Es tarea del psicoterapeuta convencer cada cliente de qué constituye un problema para él, aunque ni él mismo lo identifique como tal?, ¿o los problemas no disponen de una existencia objetiva, una realidad al margen de quien los padece y sólo empiezan a serlo cuando alguien los define como tal?, ¿con qué fines puede interesarle a un psicoterapeuta problematizar la vida de un cliente?

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • Ibañez, T. (1992). ¿Cómo se puede no ser constructivista hoy en día?  Revista de Psicoterapia, 3 (12), pp. 17-27.
  • Kaplan, H.I. y Sadock, B.J. (1995).  Comprehensive textbook of psychiatry Baltimore, Estados Unidos: Williams y Wilkns.
  • Masters, W.H., Johnson, V.E. y Kolodny, R.C. (1989). La sexualidad humana. Personalidad y conducta sexual. Barcelona, España: Salvat.
  • Vallejo, J., Bulbena, A., Gonzalez, A.; Grau, A.; Poch, J. y Serrallonga, J, (1988). Introducción a la psicopatología y la psiquiatría. Barcelona, España: Grijalbo.